Publicado en el diario “El Universal” de Caracas. Viernes 5 de junio de 1998
El acentuado y sostenido empobrecimiento que han sufrido los venezolanos durante los últimos veinte años ha tenido hondas repercusiones y secuelas, la frustración y el resentimiento entre ellas, produciéndose un deseo colectivo de castigo a los responsables de este desgraciado proceso. Muchos de los que hoy pasan trabajo y sufren de severas privaciones, son los mismos que tan solo unos años atrás disfrutaban de un nivel de vida mejor, formando éstos parte de una pujante y dinámica clase media, que se había formado gracias a las posibilidades que ofreció la relativamente abundante renta petrolera, y al uso que de ella se hizo en una economía mucho más sencilla y estable que la actual, y en una sociedad civil y política menos corrompida.
En gran medida, la dinámica social que experimentamos en Venezuela se caracterizó por una importante migración hacia estratos sociales y económicos más altos. Una gran masa de personas que en su niñez había sufrido pobreza y privaciones, tuvo la posibilidad de formarse gratuitamente en nuestras universidades y escuelas técnicas, y ulteriormente conseguir empleos estables y bien remunerados, que les permitieron mejorar su condición de vida. De hecho, el poder adquisitivo del venezolano promedio experimentó un sostenido y pujante crecimiento durante varias décadas, proceso que duró hasta fines de los años setenta. Sin embargo, en los últimos veinte años el ingreso real promedio por habitante de nuestra población ha caído en más de un 70%, mermándose así en forma dramática aquella clase media, cuyos miembros ahora se ven frustrados y condenados a vivir en condición de pobreza, sin que tengan sólidas razones para esperar que su situación mejorará en el futuro previsible.
Es fácil entonces entender el grado de frustración del venezolano y el deseo de penalizar a aquellos que, con razón o sin ella, son identificados como los culpables de ese dramático proceso de empobrecimiento y deterioro de la calidad de vida. Para muchos la forma de lograr ese objetivo es a través del voto castigo, mediante el cual se elija a un gobernante no identificado con el sistema tradicional, y que esté decidido a penalizar a los responsables de los vicios del pasado. Creo, sin embargo, que se estaría perdiendo la verdadera dimensión de las cosas si la selección del próximo mandatario tan solo responde a ese deseo de vindicación, o incluso está fuertemente influenciada por ese anhelo revanchista. Mucho más importante es ver hacia el futuro.
La inevitable reforma radical que tiene que darse en nuestro país exige que todos tomemos conciencia acerca de la importancia de elegir al líder que, conjuntamente con su equipo de gobierno, determine los objetivos a buscar, las acciones a seguir, y el papel que cada uno de nosotros debe jugar en el proceso de cambio. Adicionalmente, esa persona y su equipo tienen que ser capaces de hacer viables las reformas y de lograr que los distintos agentes y grupos sociales, económicos y políticos actúen coordinadamente en la consecución de los objetivos deseados.
Esa no es tarea fácil; por el contrario, su complejidad es de inmensa dimensión y su viabilidad de difícil logro, pero la misma no es imposible de llevarse a cabo. Por el contrario, nuestra región está plagada de ejemplos donde reformas aún más complejas que la que tendremos que acometer en nuestro país se han realizado con gran éxito. Sin embargo, en todos los casos se ha requerido de un líder y de un equipo de gobierno de primera clase, decidido a actuar y a lograr los objetivos trazados, a través de la implantación de políticas claras, realistas y homogéneas. Solo así, a través del cumplimiento de estas condiciones de base, se puede lograr el apoyo de toda la sociedad civil a la reforma, requisito a su vez indispensable para el éxito de la misma.
Enorme es entonces la responsabilidad que tenemos por delante. Es indispensable que los venezolanos tomemos conciencia de la importancia de elegir bien en los comicios que se avecinan, porque el no hacerlo puede acarrear severas consecuencias y sacrificios, empeorando aún más la ya depauperada condición de nuestra población, y divergiendo del progreso que todos deseamos. Los votantes, particularmente aquellos con mayor capacidad de análisis y educación, tienen que razonar su voto, analizando detenidamente las opciones electorales, estudiando los programas de gobierno que se ofrecen, y sopesando su viabilidad y consecuencias. El voto de cada uno de nosotros tiene que fundamentarse en el raciocinio y en la búsqueda de un futuro mejor, en vez del simple deseo de castigo a quienes lideraron un sistema de gobierno caduco y fracasado que debemos erradicar.