Publicado en el diario “El Universal” de Caracas. Viernes 30 de julio de 1999
La aplastante victoria del Polo Patriótico en la elección del domingo pasado para escoger a los miembros de la Asamblea Constituyente ratifica una vez más el amplio apoyo popular que tiene el presidente Chávez y su equipo de gobierno. La mayoría del pueblo venezolano está convencido de que este gobierno y el grupo político que lo apoya realizarán el cambio que Venezuela necesita y anhela, ya que ahora tiene todos los instrumentos en sus manos para impulsar las reformas que se requieren.
Esto sin duda alguna implica una gran responsabilidad para quienes hoy dirigen los destinos del país, pues de ellos dependerá, por lo menos así lo percibe la población, el logro de aquel cambio, que a su vez debe traducirse en una substancial mejora de la condición de vida del venezolano. En otras palabras, el apoyo que hoy le ha brindado el pueblo al Presidente Chávez y a su equipo no es gratuito ni está garantizado a futuro. Por el contrario, dicho soporte está profundamente ligado a una esperanza de mejora que no es nada fácil de lograr, particularmente si las acciones que se tomen a nivel gubernamental y en la conformación de la nueva constitución no tienen la orientación correcta.
Estoy convencido de que el Estado no está ni estará en la capacidad de jugar aquel papel locomotor que tuvo en el pasado, cuando la cuantiosa renta petrolera le daba la oportunidad de ser el estado paternalista que regalaba o subsidiaba todo, y que por su conducto canalizaba aquella renta petrolera hacia la población. Ese esquema, que dio frutos muy positivos en los primeros veinte años de democracia, permitiendo un gran dinamismo social y la formación de una pujante clase media emergente, degeneró luego en un sistema inoperante, ineficaz y corrompido que las cúpulas partidistas se empecinaron en mantener. A los venezolanos nos tomó varias décadas entender que el sistema que funcionó en el pasado dejó de tener vigencia, e insistimos en apoyar a los distintos líderes políticos que en sus ofertas electorales nos prometían el renacer de los buenos años, con la esperanza de revertir el desgraciado proceso de empobrecimiento sostenido que hemos sufrido en las dos últimas décadas. Finalmente comprendimos que aquel esquema rentista petrolero había que cambiarlo, siendo necesario para ello contar con un nuevo liderazgo que substituyera a las cúpulas partidistas corrompidas que se aferraban al viejo sistema debido a los jugosos dividendos que éste les generaba.
Como ya lo he expresado infinidad de veces, estoy convencido de que ese cambio tiene que ser liderado por el alto gobierno, a quien le toca definir la visión a seguir, los objetivos a alcanzar, las políticas a implementar y las prioridades a observar, y lograr que los miembros de la sociedad unan esfuerzos con él en el proceso de implementación exitoso de aquel cambio. Pero simultáneamente, ese líder tiene que entender que el Estado contará con limitados recursos, no pudiendo asignársele las innumerables y más diversas responsabilidades del pasado. Por el contrario, en el nuevo esquema de desarrollo que está por definirse el Estado tiene que seguir jugando un papel de relevante importancia, pero limitado y circunscrito a unas pocas áreas fundamentales, como seguridad y defensa, administración de justicia, establecimiento de las reglas de juego y supervisión de su cumplimiento, educación, salud y construcción y mantenimiento de infraestructura, estas tres últimas áreas a ser desarrolladas conjuntamente con el sector no gubernamental. Simultáneamente, la sociedad civil, conformada por los sectores laboral, empresarial, profesional, técnico, académico, vecinal, religioso y otros, tendrá que jugar papeles fundamentales y específicos en el nuevo proceso de desarrollo, complementando así las responsabilidades del Estado.
El tren ejecutivo y la Asamblea Constituyente recientemente elegida, liderados por el presidente Chávez, tienen ahora todo en sus manos. Ellos son los que deben actuar con prontitud y decisión ante la responsabilidad que tienen de conducir el proceso de cambio que el país necesita. Ojalá no equivoquen el rumbo porque ello tendría un alto costo para la golpeada sociedad venezolana, que de no comenzar a percibir resultados concretos en breve plazo reaccionará, con consecuencias muy adversas para todos, pero principalmente para el presidente Chávez y su equipo de gobierno.