Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Jueves 30 de julio de 2015
En Venezuela se está operando un proceso de inflación galopante de grandes y crecientes proporciones que se agrava día a día. Su aceleración es alarmante y sus efectos devastadores se obvian por doquier. Eso ha llevado a muchos a decir que ya estamos en una situación de hiperinflación, aunque otros piensan que aún no hemos llegado allí. Si bien tiendo a coincidir con el segundo grupo, también creo que si las cosas continúan por donde van nos estamos acercando hacía ella con paso firme y seguro.
Pero, empecemos por definir qué es una hiperinflación. A mediados del siglo XX se popularizó la idea de que una economía estaba en situación de hiperinflación cuando sufría aumentos de precios intermensuales de 50% o más, lo cual equivalía a una inflación anualizada superior al 12.000%. En esa época, y en las décadas que siguieron, múltiples países, muchos de ellos latinoamericanos, estaban sufriendo altas y crecientes inflaciones que desembocaron en situaciones hiperinflacionarias, que aun cuando de breve duración, sus abatimientos tomaron tiempo e implicaron importantes sacrificios. Al igual que en nuestro caso, aquellos procesos inflacionarios se debieron a crecientes y recurrentes déficits fiscales que eran financiados en buena medida por los bancos centrales. La expansión monetaria que ello generaba estimulaba la demanda interna, pero al no encontrar una reacción equivalente del lado de la oferta de bienes y servicios, se producían las presiones alcistas de los precios, que a la larga desembocaban en la hiperinflación. Esto llevaba a las personas a gastar rápidamente los recursos que percibían, pues sabían que en corto tiempo su capacidad de compra desaparecería, y a retirar sus ahorros de la banca para comprar cualquier cosa que preservara el valor, bienes durables y monedas fuertes entre otras opciones. Los retiros masivos de depósitos y el aumento de la morosidad de la cartera de la banca no solo eliminaban las posibilidades de intermediación financiera, sino que llevaban a la quiebra a varias de estas instituciones, pudiéndose llegar a situaciones de crisis bancarias. Adicionalmente, y como bien lo explican Carmen M. Reinhart y Miguel A. Savastano en su trabajo Realidades de las hiperinflaciones modernas, (Finanzas & Desarrollo, junio 2003), al inicio de la hiperinflación se producen ciertos incumplimientos de obligaciones externas que se multiplican al poco tiempo, se recrudecen los controles de cambio, se divorcian y distancian las tasas de cambio oficiales y libre, se segmentan los mercados cambiarios y prolifera la corrupción.
Concluyen ellos diciendo que de los procesos hiperinflacionarios recientes se pueden extraer varias lecciones, algunas de las cuales son: 1- El control del déficit fiscal es siempre elemento central de un programa antiinflacionario. 2- Eliminar la hiperinflación puede tomar años si la política fiscal no se ajusta debidamente, y en cualquier caso toma tiempo reducir la inflación a niveles bajos. 3- La unificación cambiaria y el restablecimiento de la convertibilidad de la moneda suelen ser elementos esenciales para el abatimiento de la hiperinflación. 4- La actividad económica colapsa durante el proceso hiperinflacionario, y las medidas de estabilización, si bien evitan su implosión, no propician una reactivación económica sostenida. 5- La hiperinflación produce una reducción abrupta de la intermediación financiera. Y, 6- Parte de los capitales fugados retornan al ceder la inflación, pero la intermediación financiera continúa dolarizada o sujeta a otras formas de indexación durante muchos años.
Como se ve, la hiperinflación es una desgracia descomunal, particularmente para los más pobres, y abatirla es difícil, costoso, duradero y exige grandes sacrificios. Sin embargo, una vez que se cae en ella, es menos malo padecer las consecuencias de un plan de estabilización, que seguir sufriendo las penurias que la misma acarrea.