Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Lunes 15 de marzo de 2010
Recientemente tuve la oportunidad de escuchar dos maravillosas piezas musicales interpretadas por orquestas emblemáticas del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, en ambos casos bajo la batuta del extraordinario Gustavo Dudamel. La primera de ellas fue la Sinfonía Alpina de Richard Strauss, pieza de gran belleza pero de enorme dificultad interpretativa, tocada por la más joven de las dos Sinfónicas de la Juventud Venezolana Simón Bolívar (SJVSB), también identificada como la B o la juvenil, de la cual Gustavo es el director titular. Esa fue una de las más bellas interpretaciones que he oído de esa sensacional obra, aseverando sin temor a exagerar que la misma se equipara a dos de las más emblemáticas grabaciones de esa sinfonía, como son la legendaria interpretación de la Filarmónica de Berlín bajo la batuta de Herbert von Karajan (Deutsche Grammophon, 1981), o la de la Staatskapelle de Weimar dirigida por Antoni Wit (Naxos, 2005).
Escuchar, o mejor, vivir los pianísimos sobrecogedores de la primera y última escenas “La noche”, la belleza, sublimidad y exuberancia de “En la cima”, o la impactante y fulminante música onomatopéyica de la escena “Truenos y tormenta, descenso”, fue algo extraordinario, máxime cuando ello lo pudimos escuchar en un lugar con la maravillosa acústica que posee la sala Simón Bolívar de la sede del Sistema.
La otra obra fue la Novena Sinfonía de Mahler, interpretada esta vez por la más veterana de las SJVSB, también conocida como la A, maravillosa agrupación llena de musicalidad, compuesta por los miembros más antiguos del Sistema, muchos de los cuales hoy se desempeñan como profesores de los niños y jóvenes que se inician en el maravilloso mundo de la música.
Esta fue también una interpretación maravillosa, reflejando a plenitud los complejos sentimientos que llevaron a Mahler a componer esta sinfonía. Aquejado aún por la tristeza de la pérdida de su hijita mayor, por la certidumbre de la muerte cercana debido a una insuficiencia cardíaca crónica, y por el forzado sedentarismo al que lo obligaron sus médicos después de haber vivido una vida enérgica caracterizada por el ejercicio y el esfuerzo físico, Mahler compuso esta compleja obra, de muy difícil interpretación y llena de virtuosismo. En ella se pasa de una manifestación de apego a la vida a unas expresiones llenas de ironía, desprecio y burla a muchos convencionalismos y rigideces que él tuvo que padecer a lo largo de su vida, para luego terminar en una aceptación de la realidad del fin próximo, culminando la sinfonía en un sobrecogedor pianísimo.
También en este caso la calidad interpretativa estuvo a la altura de las mejores grabaciones de esa obra. Es más, no dudo en decir que alcanzó los niveles de excelencia de dos interpretaciones que tuve la suerte de presenciar, una de ellas en el Carnegie Hall de Nueva York con la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Claudio Abbado a mediados de los 90, y otra en el Royal Albert Hall con la Orquesta Sinfónica de Londres bajo la batuta de Bernard Haitink, concierto que fue catalogado como lo mejor de los Proms de 2009.
Qué suerte tenemos los venezolanos de contar con un movimiento musical de la calidad del Sistema, creación y producto de José Antonio Abreu y de la pléyade de venezolanos que lo acompañan, que, además de educar y dar esperanza a cientos de miles de niños, nos ofrece la más excelsa y cultivada música, que sólo se puede escuchar en los más exclusivos y encumbrados centros musicales del mundo.
Imagen: Venezuelasinfonica.com