Publicado en el diario “El Universal” de Caracas. Sábado 29 de junio de 2002
La flotación del tipo de cambio, implantada desde el 13 de febrero pasado, busca corregir una distorsión creciente que se fue acumulando por más de cinco años, y que había llevado a una sobrevaluación descomunal del bolívar comercial, es decir de aquel bolívar destinado a la adquisición de divisas para importar. El cuasi anclaje del tipo de cambio que privó en ese lapso, combinado con una inflación interna muy superior a la que padecían nuestros principales socios comerciales, produjo un proceso sostenido de apreciación real del bolívar comercial que, a su vez, generó aquella sobrevaluación. En otras palabras, el dólar se abarató artificialmente, ya que los bolívares que teníamos que dar para obtener un dólar adquirían en Venezuela cada vez menos en comparación con lo que ese dólar compraba en el exterior. Esto no era más que un enorme subsidio cambiario que, si bien mitigaba la inflación interna, reducía cada vez más la competitividad de los productos venezolanos, haciendo que miles de empresas locales cerraran sus puertas y que cientos de miles de venezolanos perdieran su empleo.
No sólo se limitaban las exportaciones no tradicionales, sino que también se estimulaban grandemente las importaciones, haciendo que dependiéramos cada vez más del suministro externo, pues estábamos desmantelando las unidades de producción de bienes transables, o que pueden ser objeto de comercio internacional. Esto es muy peligroso en una economía tan dependiente de las volátiles exportaciones petroleras, ya que en los períodos de bajos precios los menores ingresos de divisas exacerban las expectativas de devaluación y estimulan la salida de capitales, haciendo a la larga insostenible el subsidio cambiario. Esto se hace particularmente crítico en un ambiente de inestabilidad política como el que vivimos, el cual estimula aún más la fuga de divisas y la caída de las reservas internacionales, acelerando el inevitable ajuste cambiario.
El Banco Central, por su parte, ha implantado una política monetaria muy restrictiva con el fin de limitar los bolívares que se pueden destinar a comprar dólares, disparándose las tasas de interés a unos niveles asfixiantes para las ya golpeadas empresas. Esto, combinado con la devaluación y con la incapacidad del sector productivo local de producir lo que tradicionalmente se importa, genera mayor inflación, cayendo el consumo y empeorando la recesión y la situación laboral. Es decir, caemos en el perverso escenario de la estancflación, o sea estancamiento con inflación.
Muchas de estas consecuencias devastadoras nos las habríamos evitado, o por lo menos las habríamos mitigado notablemente, de no haber vuelto a cometer el error de permitir la sobrevaluación creciente y desproporcionada de la moneda con la finalidad de controlar la inflación. Si bien el objetivo de esa política puede defenderse como laudable, el hecho es que inexorablemente llegamos al punto en el que la misma no puede mantenerse, estallando la crisis que describimos y que hoy padecemos.
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