Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Miércoles 24 de octubre de 2007
Durante la reciente visita que nos hiciera el Profesor Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía de 2001, él planteó una serie de recomendaciones acerca de la política de desarrollo que debe seguir una economía emergente, como la nuestra, a los fines de lograr la mejora sostenida de la calidad de vida de la población, que es, al fin de cuentas, el objetivo fundamental que toda nación debe perseguir.
Para él el desarrollo integral sólo se logra con la decidida participación de todos. Tanto al gobierno como al resto de la sociedad les toca jugar papeles fundamentales en el proceso, debiendo buscarse un balance en lo que él llama Estado y mercado, lo cual no es más que la clara delimitación de los papeles que deben jugar el sector público y el privado. El gobierno debe implementar políticas públicas adecuadas, no sólo en materia económica, sino también en lo concerniente a la educación, a la salud, al desarrollo de la infraestructura, a lo ambiental, y a la seguridad y la defensa, pudiendo tener una participación en algunas actividades productivas. Igualmente, debe definir las reglas de juego, y hacer que se cumplan a través de una eficiente regulación y administración de justicia, pero siempre buscando la creación y mantenimiento de un clima favorable y estimulante para la actividad empresarial privada.
Los países exitosos han hecho grandes y sostenidas inversiones en educación y en tecnología, logrando así cerrar la brecha del conocimiento con los países más avanzados, y reducir su dependencia tecnológica. Adicionalmente, han implementado políticas macroeconómicas bien fundamentadas, coherentes y duraderas, que buscan el crecimiento sostenido y la limitación de la inflación, evitando desequilibrios fiscales, monetarios y cambiarios, y manteniendo tipos de cambio competitivos, que estimulen las exportaciones y eviten las sobrevaluaciones de sus monedas. También han acumulado unas elevadas reservas de divisas para protegerse de las volatilidades e inestabilidades de los mercados.
Varios de estos países han impuesto restricciones a los movimientos de capitales especulativos, no tanto a través de estrictos controles de cambio que degeneran en distorsiones difíciles de manejar, sino más bien a través del establecimiento de impuestos que pechan los flujos compulsivos de estos fondos. En este sentido, Stiglitz se refirió a las nefastas consecuencias que acarrean controles de cambio como el que tenemos en Venezuela, pues los mismos generan disparidades persistentes entre la tasa de cambio oficial y la libre, produciéndose fuentes de corrupción y presiones inflacionarias cada vez mayores que, a la larga, los hacen inmanejables e insostenibles.
Fue enfático en la necesidad de la equidad, ya que no basta con alcanzar altas tasas de crecimiento, sino que hay asegurarse que ese dinamismo económico, combinado con las correctas políticas sociales y las inversiones en educación, salud y calidad ambiental, se traduzcan en una mejor calidad de vida de la población, y en la reducción sostenida de la pobreza. Como parte de ese esfuerzo es necesario que se asegure el acceso al crédito a toda la población, incluyendo a los más desposeídos, para lo cual se requiere disponer de un sector financiero sólido, pujante y bien regulado.
Finalmente, recomendó que un país como el nuestro debía evitar lo que él llamó “la maldición de los recursos naturales”, eludiendo la alta dependencia de una variable tan volátil como los precios petroleros. Es necesario asegurar la sostenibilidad del auge; la cuestión no es crecer mucho por unos pocos años, sino lograr un alto y sostenido crecimiento por varias décadas. Para ello se requiere que esa prosperidad no se base en la expansión del consumo sino de la inversión, pues sólo así se logrará el verdadero desarrollo y la creación de empleos permanentes.
Sabio el mensaje que nos transmitió Stiglitz. Ojalá que esa semilla caiga en terreno fértil, pues nunca es tarde para corregir los errores y las desviaciones.