Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Lunes 27 de abril de 2009
Durante los últimos años se ha estado destruyendo el aparato productivo nacional. Ello se ha debido a una serie de factores, tales como la sobrevaluación creciente de la moneda, las expropiaciones, las estatizaciones y el acoso gubernamental, para mencionar sólo algunos.
La congelación del tipo de cambio oficial por más de cuatro años, a pesar de tener en el país una inflación creciente y muy superior a la que padecen nuestros principales socios comerciales, ha causado una intensa apreciación real de nuestro signo monetario, al punto de que actualmente tenemos una sobrevaluación del bolívar destinado a la compra de dólares preferenciales desproporcionadamente elevada. Ello significa que lo que lo que hoy se puede comprar en Venezuela con Bs 2,15 es menos de la mitad de lo que se adquiere en promedio con un dólar en el exterior, haciendo que los productos foráneos sean mucho más baratos que los nacionales debido a que el gobierno nos subsidia los dólares. Ello implica que los productores locales hayan perdido competitividad, siéndoles casi imposible competir con los productos que importamos.
Esto ha hecho que muchos de ellos hayan decidido cerrar sus plantas y vender sus equipos a inversionistas de otros países, y transformarse en importadores de productos similares a los que antes producían, incrementándose así la dependencia del suministro externo para abastecer el mercado local. Eso no es particularmente problemático mientras se dispongan de abundantes divisas con qué importar, como ha sucedido en los años de bonanza petrolera; pero la situación se complica al bajar los precios de los hidrocarburos y mermar el ingreso de moneda extranjera, pues eso fuerza al gobierno a restringir el acceso a los dólares preferenciales, y a pasar el grueso de las compras externas al mercado paralelo donde el tipo de cambio es muy superior al oficial. Ello no es más que una devaluación del bolívar, haciendo que ahora se busque substituir las costosas importaciones por producción nacional, pero ¿cómo lo vamos a hacer si previamente desmantelamos las fábricas locales? El desenlace de esa situación se resume en más desabastecimiento y mayores presiones inflacionarias.
Adicionalmente, las injustas y arbitrarias expropiaciones de fundos productivos, y la asignación de las tierras confiscadas a campesinos agrupados en organizaciones que no disponen de herramientas, tecnología, know how, planificación y gerencia, aseguran un fracaso rotundo, que se traducirá en una disminución de la capacidad de producción de productos agrícolas y en el agravamiento del desabastecimiento.
El acoso persistente a los productores agroindustriales, las amenazas de expropiación a las empresas que tengan problemas laborales o que, de acuerdo al gobierno, no estén en línea con los cánones de una economía socialista, los crecientes controles de producción y de precios, las estatizaciones de múltiples corporaciones, y el fomento de unidades productivas utópicas, se conjugan para crear un clima muy poco propicio para la inversión y para el desarrollo y fortalecimiento de centros de producción eficientes y generadores de empleo.
Cuesta entender que un empecinamiento ideológico esté llevando a la destrucción del aparato productivo tradicional, y a su substitución por otro que ha fracasado en todos los países donde se ha intentado imponer. Esa política no acarreará nada bueno. Por el contrario, traerá desabastecimiento, inflación, reducidas posibilidades de empleo y menor capacidad de compra de la población, siendo los más afectados, como siempre, los que menos tienen.