Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Lunes 20 de junio de 2011
Después de que Grecia adoptó el euro como moneda en 2001 pudo obtener abundante y barato crédito internacional, ya que, por una parte, había cuantiosa liquidez mundial y, por la otra, toda la Unión Europea era percibida como un excelente riesgo. Ello estimuló al gobierno de ese país a implantar una política expansiva de gasto público, que si bien contribuyó a generar una bonanza económica, también produjo grandes desequilibrios fiscales y externos. Nadie parecía preocuparse de ello hasta que estalló la crisis financiera de 2008, la cual, no sólo hizo desaparecer el abundante financiamiento del pasado, sino que contribuyó a que afloraran los enormes desbalances que afectaban a esa y a otras economías.
Se estima que hoy la deuda pública de Grecia supera los 345 millardos de euros, que equivale a más de 150% del PIB y a más de seis veces sus exportaciones. Si a esto agregamos que su déficit en cuenta corriente supera el 8% del PIB y que las necesidades de financiamiento del gobierno de este año superan el 7% del PIB, es fácil inferir que esa economía atraviesa por una severa crisis, caracterizada, entre otras cosas, por la imposibilidad de honrar sus compromisos externos. Dado que sus mayores acreedores son fondos de pensiones y bancos europeos, una declaración de moratoria de Grecia acarrearía severas consecuencias, no sólo para esas instituciones financieras, sino también para sus países, sus nacionales y en general para toda la Unión Europea.
De allí que las principales economías del viejo continente, conjuntamente con el FMI, hayan tenido que estructurar un descomunal plan de ayuda financiera, no sólo para asistir a Grecia, sino también a otros países, como Irlanda y Portugal, que también enfrentan severos problemas de sobre-endeudamiento. De hecho, se ha mencionado que el fondo de asistencia financiera que se requerirá para apoyar a los países europeos con problemas, y minimizar las probabilidades de que caigan en mora, pudiera estar en el orden de los 1,5 billones (millones de millones) de euros.
Los efectos de una crisis como la griega se manifiestan en los más diversos ámbitos. Al estar atada la ayuda externa al compromiso de implantar una serie de medidas de ajuste tendentes a corregir los desequilibrios internos del país auxiliado, es fácil inferir que las primeras y más severas consecuencias recaen sobre sus habitantes. La corrección del desequilibrio fiscal implica la reducción del gasto público y la elevación de los impuestos, lo cual genera recesión, desempleo y presión social. Ello explica las violentas manifestaciones que a diario se producen en las ciudades griegas, repudiando las medidas de ajuste.
Los temores a una declaración de moratoria por parte de Grecia generan inquietud y escepticismo entre los inversionistas del mundo entero, ya que una acción de ese tipo no sólo afectaría de forma directa a los principales acreedores de ese país, sino que perjudicaría a los tenedores de bonos griegos, cuyos precios caerían de forma abrupta. Adicionalmente, una acción de ese tipo afectaría directamente a otros países sobre- endeudados, incluyendo a España e Italia, por el temor a que también éstos se vean imposibilitados de honrar sus compromisos, pudiéndose generar una crisis sistémica, caracterizada, entre otras cosas, por salidas masivas de capitales de esos países, lo cual contribuiría a precipitar y a agravar la crisis en toda la Unión Europea.
De hecho, el escepticismo sobre el futuro de Europa ha debilitado al euro y a los mercados bursátiles mundiales ante la expectativa de una nueva desaceleración en los EE. UU. y en otras economías exportadoras, por las eventuales restricciones a las ventas al viejo continente que éstas pudieran sufrir, y ha hecho que baje el precio de algunas materias primas, como el petróleo, afectando a países exportadores, como Venezuela.
Como se ve, la tragedia griega es mucho más seria de lo que muchos piensan, y su profundización nos podría perjudicar a todos.