Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Lunes 22 de septiembre de 2014
Durante los últimos años el Banco de la Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed) implementó una política monetaria netamente expansiva con el fin de estimular la actividad económica de ese país después de la profunda crisis que estalló en 2008. La misma ha consistido en una masiva emisión de dinero con el fin de comprar bonos del Tesoro, inyectando grandes cantidades de liquidez que fortalecieron los mercados de valores, pero redujeron las tasas de interés a su mínimo nivel y debilitaron el dólar. Eso contribuyó a que los inversionistas internacionales buscaran opciones más atractivas, siendo los commodities una de ellas, por lo que una parte de esos fondos se canalizaron hacia los países emergentes, haciendo que sus monedas se fortalecieran y que sus mercados de valores florecieran. A pesar de que la Fed anunció recientemente el fin de esa política monetaria expansiva, las expectativas de muchos analistas es que en el futuro previsible seguirá habiendo abundancia de recursos, las tasas de interés se mantendrán bajas, y los precios de los valores en los Estados Unidos seguirán aumentando. Entre las razones que los llevan a pensar de esa forma está la baja inflación que se ha materializado en esa economía a pesar de la gran expansión monetaria, por lo que no piensan que en lo inmediato vendrán medidas restrictivas.
Sin embargo, otros expertos no son tan optimistas. Uno de ellos es Doug Noland, quien en un interesante artículo publicado el 12 de septiembre pasado en el Wall Street Journal titulado “King Dollar and the Peripheries”, explica por qué no comparte ese optimismo. Para él la exuberante subida del mercado de valores norteamericano debido a la masiva inyección de dinero por la Fed ha creado una burbuja que deberá estallar. Adicionalmente, las recientes caídas de los precios de los commodities, el decaimiento de los mercados accionarios de múltiples economías emergentes, y la debilidad de varias monedas como el yen, el euro y las de otros países como Brasil, Sudáfrica, Australia y Canadá, son indicativos de que pudiera estarse iniciando un proceso en el que los inversionistas ven al dólar como un nuevo refugio. Ello los podría llevar a apartarse de los commodities y de las economías emergentes, las cuales pudieran sufrir masivas salidas de capitales y caídas de sus mercados de valores, con las consecuentes devaluaciones de sus monedas y los efectos recesivos que éstas conllevan.
La implementación de políticas monetarias expansivas en Japón y en Europa con el fin de estimular sus alicaídas economías, pudiera hacer bajar sus tasas de interés y debilitar el yen y el euro frente al dólar, lo cual, a su vez, contribuiría a acentuar la caída de los precios de los productos básicos exportados por los países emergentes, y haría más atractiva la tenencia de la divisa norteamericana. Adicionalmente, la debilitada economía de Brasil y la incertidumbre política allí existente, los problemas económicos y de disponibilidad de moneda extranjera de Argentina y Venezuela, y la percepción de alto riesgo que sobre ellas recae, también podrían contribuir a fortalecer la idea de ver al dólar como moneda de refugio.
Como se ve, posiciones tan antagónicas acerca del futuro de la economía mundial hacen difícil la formación de expectativas acerca de su posible evolución. Sin embargo, si de algo podemos estar seguros es de que en los tiempos por venir se volverán a materializar crisis de importancia que nos afectarán a todos, incluyendo a los países emergentes, y entre ellos a los latinoamericanos. Ojalá que, al igual que en la crisis de 2008, nuestra región sea de las menos golpeada, lo cual dependerá, entre otras cosas, de la solidez de los fundamentos económicos que en ella exista, de la evolución de los precios de los commodities que exportan sus naciones, y de las acciones de los grandes inversionistas internacionales para proteger sus intereses.
Nota: Este artículo no apareció en la versión impresa del diario por la escasez de papel que padecía debido a la imposibilidad de adquirir dólares para su importación.