Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Lunes 12 de octubre de 2009
Durante los años de la reciente bonanza se cometieron graves errores en materia de política económica, cuyas consecuencias las estamos sufriendo ahora. Los elevados y crecientes ingresos petroleros llevaron al gobierno a elevar el gasto público de forma sostenida y dislocada, inyectándose así los recursos adicionales del petróleo a la economía. Eso hizo crecer la oferta monetaria y con ella la demanda, particularmente el consumo privado. Aun cuando el aparato productivo reaccionó, la oferta interna se expandió mucho menos que la demanda, siendo necesario importar todo tipo de bienes con los abundantes petrodólares que ingresaban. Adicionalmente, la sobrevaluación creciente de la moneda, generada por una prolongada fijación del tipo de cambio oficial a pesar de padecerse una inflación interna muy superior a la externa, fomentó las importaciones y minó la competitividad de las empresas locales.
Si a esto agregamos el acoso gubernamental al aparato productivo interno a través de los controles permanentes, las amenazas de intervención y la confiscación de empresas productivas, es fácil imaginar la dependencia cada vez mayor del suministro externo de esta economía. Mientras disponíamos de pingües y baratos dólares no había problema, pero el colapso de los precios petroleros generado por la crisis global cambió todo de la noche a la mañana.
Los dólares preferenciales, que antes abundaban, comenzaron a escasear, viéndose obligados los importadores a migrar al mercado paralelo para obtener las divisas que requerían, pero a un precio mucho mayor. Eso elevó el tipo de cambio de permuta y encareció los productos foráneos, generándose presiones inflacionarias, no ya como consecuencia del exceso de demanda del pasado, sino más bien por los mayores costos de origen externo, y por la incapacidad manifiesta del golpeado aparato productivo interno para substituir importaciones.
Por eso estamos experimentando una inflación creciente, a pesar del abaratamiento de los productos básicos, o commodities, en los mercados internacionales, y la caída de las ventas internas debido a la mermada capacidad de compra del consumidor local. De allí el afán del gobierno por bajar el tipo de cambio de permuta, pues finalmente se dio cuenta de su importancia y de las consecuencias inflacionarias que el mismo puede generar. No obstante, esa no va a ser una tarea fácil ya que ahora los dólares escasean, siendo necesario el endeudamiento masivo para satisfacer la creciente demanda de divisas que se está operando en ese mercado. Ello, a su vez, está generando dudas acerca de la capacidad gubernamental de estabilizar el dólar libre en un nivel mucho menor que el actual, por lo que no sería de extrañar que al igual que lo que sucedió a mediados de 2008, después de reducir esa cotización con gran esfuerzo y a un alto costo, la misma rebote substancialmente.
Estamos cosechando las tempestades provenientes de los vientos que sembramos en los años de bonanza. Las incesantes recomendaciones de prudencia que se le hicieron al gobierno fueron desoídas una vez más, y en vez de ahorrarse parte de los ingresos adicionales en un fondo de estabilización macroeconómica para disponer de recursos con qué compensar una caída de la renta petrolera como la actual, lo que se hizo fue repetir los desatinos de otrora, para ahora anhelar una salvadora recuperación de los precios que nos dé un nuevo respiro petrolero. ¡Qué caro resulta la obstinación de no aprender de los errores del pasado!