Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Lunes 15 de agosto de 2011
Cuando estalla una crisis económica de importancia en alguna parte del mundo globalizado de hoy la misma tiende a reflejarse en todas las naciones del orbe, produciéndose un efecto contagio que puede afectar severamente a países que no jugaron papel alguno en la gestación de la crisis. Ello se debe a varias razones. Una de ellas es la contracción de los precios de los commodities, ya que al entrar en recesión importantes economías como producto de las crisis que padecen, sus necesidades de materias primas se reducen, bajando abruptamente la demanda internacional y los precios de esos productos básicos. Ello particularmente afecta a economías emergentes altamente dependientes de las exportaciones de esos bienes primarios, como es el caso de Venezuela, cuya economía gira en torno a sus ingresos de exportación de hidrocarburos.
Un ejemplo patético de este fenómeno lo vivimos y sufrimos durante la última gran crisis financiera, cuando los precios petroleros colapsaron durante la segunda mitad de 2008, recuperándose parcialmente durante el primer semestre de 2009, para luego estabilizarse por más de un año. Eso hizo que el precio promedio de exportación de nuestro petróleo bajara casi 30 dólares en 2009, para luego recuperarse parcialmente en 2010, revirtiéndose así la tendencia de franco crecimiento de la renta petrolera de los años previos. Al no contar con recursos que pudimos haber acumulado en un fondo de estabilización durante los años de crecientes precios, la abrupta reducción de los ingresos se tradujo en un importante freno fiscal, y en una recesión económica profunda y prolongada.
Otra razón por la que se produce aquel efecto contagio está ligada al comportamiento de los tenedores de valores, como acciones y bonos. La materialización de la recesión en los países donde se genera la crisis, así como en aquellos que les proveen de materias primas y otros insumos, crea expectativas de pérdida de valor de los activos, llevando esto a ventas masivas de títulos, que producen caídas abruptas de las bolsas de valores del mundo entero. Los inversionistas liquidan sus inversiones en valores y buscan refugio en monedas fuertes o en otros activos que, se espera, preservarán su valor. Por ello, cuando se producen ventas masivas de acciones y bonos en las economías emergentes debido al contagio de las crisis de otros países, además de la caída de sus bolsas de valores, también se deprecian sus monedas, ya que el dinero obtenido por la venta de los títulos se utiliza para adquirir divisas fuertes que son enviadas al exterior. Esto crea una situación muy adversa, pues esas economías se ven afectadas por la caída de sus exportaciones, por la extracción de capitales, y por la devaluación de sus monedas, que además de generar inflación por el encarecimiento de lo que importan, agrava la recesión.
Estos contagios normalmente se producen en forma instantánea. Un ejemplo palpable es lo que sucedió el lunes 8 de agosto pasado y días subsiguientes en varias economías latinoamericanas. La venta masiva de acciones del lunes negro hizo que sus bolsas de valores bajaran abruptamente, en muchos casos más intensamente que las pérdidas qué se producían en las bolsas europeas y norteamericana, y que sus monedas se depreciaran. Los esfuerzos de los inversionistas por limitar pérdidas potenciales se tradujeron en ventas masivas de valores y en importantes compras de dólares. Sin embargo, la disipación de expectativas de recesión inminente en los EE.UU. generada por noticias laborales favorables en los días que siguieron, también se reflejaron positivamente en las nuestra región, estimulando la compra de acciones baratas que hicieron recuperar las bolsas.
No obstante, si a futuro la delicada situación europea se deteriora y retornan las expectativas recesivas en norteamericana, no sería de extrañar que el efecto contagio nos vuelva a afectar, ojalá que de forma transitoria y leve.