Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Lunes 18 de junio de 2012
La reciente desaceleración económica en Europa y en otras importantes naciones se ha traducido en un menor consumo energético, haciendo que los precios petroleros hayan caído más de 22% en tan sólo tres meses, y que exista el riesgo de que esa contracción continúe en el futuro inmediato si la crisis en el viejo continente se agrava. Dado que hoy nuestra dependencia de la renta petrolera es mayor que nunca, es fácil inferir las nefastas consecuencias que la continuación de esa tendencia puede ocasionar en nuestra economía.
Precios más bajos significan menores ingresos de divisas y merma en la captación de recursos del sector público, llevando esto a la lógica conclusión de que también implicarían, entre otras cosas, restricciones mayores en la asignación de moneda extranjera a precios subsidiados para el sector privado, recortes de gasto público, y reducción de las importaciones. No me cabe duda de que, de mantenerse la caída de los precios petroleros, el acceso a las divisas preferenciales se limitaría grandemente, intensificándose las corruptelas y proliferando las prácticas y gestiones de todo tipo con el fin de obtener la mayor cantidad posible de los escasos dólares disponibles. Adicionalmente, la mayor restricción cambiaria forzaría a la búsqueda de moneda extranjera en otras fuentes, específicamente en el mercado paralelo. Si la caída de los precios petroleros genera restricción de oferta en ese mercado, y por otra parte estimula la demanda, es obvio esperar que el tipo de cambio libre suba, generando esto presiones inflacionarias adicionales, y trabas aún mayores en el manejo del control cambiario debido al ensanchamiento de la brecha entre las tasas libre y preferencial.
De lo que no estoy seguro es de que la caída de los precios de los hidrocarburos se traduzca en restricciones de gasto público, por lo menos en el futuro inmediato, ya que ante la proximidad de las elecciones el gobierno intentaría a toda costa continuar con su política de franco aumento de sus erogaciones con el fin de obtener dividendos políticos. Ahora bien, si no se modifica el tipo de cambio oficial y la entrada de divisas merma, los ingresos públicos serían menores, aumentando así el déficit. Por ello creo que la reducción de los ingresos petroleros generaría un endeudamiento aún más intenso, tanto interno como externo, y el redoblamiento del financiamiento de gasto con dinero inorgánico creado por el BCV. Ello, a su vez, generaría crecimientos aún más intensos de la oferta monetaria y del consumo, con el consecuente efecto inflacionario.
Si se quisiera evitar el agravamiento de la inflación, el crecimiento de la demanda de bienes y servicios tendría que venir acompañado de una mayor oferta, la cual no podría generarse a través de la expansión de la producción interna, dadas las severas limitaciones que tiene el aparato productivo local como consecuencia de la ausencia de nuevas inversiones, de las expropiaciones y del acoso a la empresa privada, así como de la manifiesta ineficiencia de las empresas manejadas por el Estado. De esta forma, la mayor oferta tendría que generarse a través de masivas y crecientes importaciones, que exigirían la disponibilidad de abundantes divisas. No obstante, las menores exportaciones petroleras generadas por la baja de los precios, las elevadas salidas de capitales privados, y los bajísimos niveles de reservas internacionales líquidas u operativas, las cuales hoy sólo equivalen a unos pocos días de importaciones, se conjugarían para dificultar la generación de divisas en las cantidades requeridas por las mayores compras foráneas. Esta es una razón adicional que se aunaría a las ya mencionadas para prever un incremento notable del endeudamiento externo a un elevadísimo costo.
Todo lo anterior demuestra la enorme vulnerabilidad de nuestra economía al depender de una variable tan volátil como es el precio internacional del petróleo.
Imagen: Univision.com.