Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Lunes 12 de marzo de 2012
En una visita reciente a Buenos Aires noté entre los colegas, empresarios y académicos con los que conversé un gran interés por lo que sucedía en Venezuela. Ello se debía a una preocupación generalizada que los inquietaba por las múltiples similitudes en materia de políticas públicas entre los dos países, según las cuales el gobierno de la presidenta Kirchner estaba implantando, o intentaba aplicar, una serie de medidas muy parecidas a las tomadas por el gobierno bolivariano. Adicionalmente, se habían materializado situaciones externas parecidas que se reflejaban en forma muy similar en ambas economías, destacando el importante incremento de los precios de los productos básicos de exportación de ambas naciones durante los últimos años, el petróleo para nosotros y el maíz, el trigo, la soya y otros commodities agrícolas para ellos. Como en nuestro caso, los notables incrementos de ingresos de exportación le permitieron al gobierno argentino implantar políticas expansivas de gasto público a través de las cuales se inyectaron a la economía los ingresos adicionales de la exportación, expandiéndose así el dinero en poder del público, máxime cuando también se puso en marcha una política monetaria laxa. Como resultado, la demanda interna experimentó un gran dinamismo, particularmente el consumo privado, debido a la alta concentración de gastos en programas sociales dirigidos a personas de bajos ingresos y con alta propensión a consumir, aumento del consumo que se tradujo en estímulo productivo y alto crecimiento económico.
Tal fue el impulso del gasto público que rápidamente se obvió la necesidad de buscar recursos adicionales, echándose mano a los fondos de pensiones de los trabajadores, que pasaron a ser controlados por el gobierno, y en la actualidad se está estudiando una nueva política monetaria, temiéndose que con ella se pretenda utilizar las reservas internacionales para financiar gasto, de forma similar a lo sucedido en Venezuela con la transferencia masiva de reservas del BCV al Fonden sin compensación alguna para el instituto emisor.
La implantación de aquellas políticas fiscal y monetaria francamente expansivas ha contribuido a la materialización de fuertes presiones inflacionarias en Argentina, las cuales se han tratado de afrontar, al igual que nosotros, a través de controles de precios cada vez más estrictos, pero también ineficaces. Incluso se ha intentado esconder la intensidad de la inflación a través de subestimaciones oficiales en las que ya nadie cree, siendo el convencimiento general de que ésta ya está por encima del 20%, y no por debajo del 10% como lo anuncia el gobierno.
El tipo de cambio, por su parte, no ha mostrado un dinamismo cónsono con el diferencial inflacionario interno y externo, haciendo que hoy el peso esté sobrevaluado, ya que lo que se compra localmente con los pesos que vale un dólar es menos de lo que se puede adquirir con ese dólar afuera. En otras palabras, para el visitante extranjero Argentina está cara. Esta situación, además de restarle capacidad competitiva a los productores argentinos, ha limitado la capacidad de compra de los trabajadores, pues sus salarios no suben al ritmo que lo hacen los precios, y además ha estimulado la salida de capitales por el convencimiento de que la corrección de aquella sobrevaluación de la moneda implicará una inevitable devaluación. Como respuesta a la fuga de divisas el gobierno implantó recientemente un control cambiario que, se teme, podría seguir el mismo rumbo del que existe en Venezuela desde hace más de nueve años.
Ojalá los hermanos argentinos reaccionen y no sigan el ejemplo reciente de Venezuela, caracterizado, entre otras cosas, por las expropiaciones, el hostigamiento a la empresa privada, el desincentivo a la inversión, los controles irracionales, y el financiamiento irrestricto de gasto público por el BCV, porque si siguen ese rumbo equivocado, a la larga los resultados les serán muy adversos.
Imagen: Gustavorenteria.mx.