Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Jueves 20 de noviembre de 2014
Muchas son las semejanzas entre lo sucedido en Francia durante los años que precedieron al estallido de la Revolución Francesa y lo que hoy se vive en Venezuela.
En los últimos años de la década de los 80 del siglo XVIII las finanzas públicas de Francia estaban en bancarrota. Los gastos habían aumentado exageradamente llegando a superar a los ingresos en más de un 20%, lo cual generó grandes necesidades de financiamiento para cubrir los crecientes déficits. Eso hizo que la deuda del reino se disparara y que los pagos de intereses y de capital de esas obligaciones llegasen a absorber más de la mitad del presupuesto. Otros gastos, como el militar y el de la corte, eran intocables y crecían sin cesar, haciendo que los recursos que podían ser asignados a la educación, la salud y a la asistencia social fueran cada vez más limitados. La masiva inyección de dinero creada por el creciente déficit contribuía a generar una inflación cada vez más intensa, la cual se exacerbaba por una creciente escasez de alimentos que llegó a niveles críticos en 1788 debido a la pésima cosecha de ese año. Eso hacía que cada vez fuera mayor la acumulación de personas haciendo colas interminables para comprar cualquier cosa, por exigua que ella fuese, siendo común la frustración de muchos al no conseguir nada que comprar, o no poderlo pagar a los altos precios existentes.
Era obvia la necesidad de subir los impuestos y racionalizar el gasto público, pero el indeciso Luis XVI no se atrevía a hacerlo por temor a la reacción de los miembros de la corte. Ante esta situación Jackes Necker, el eficiente ministro de finanzas, insistió en la necesidad de convocar los Estados Generales, una representación nacional y popular, con el fin de que fuera esa la instancia que decidiera las reformas fiscales a hacer, repartiendo las cargas equitativamente entre las distintas clases sociales. Las reformas propuestas, sin embargo, fueron rechazadas por Luis XVI cediendo a presiones de sus allegados, y en particular de su esposa, la odiada reina María Antonieta. Ello llevó a la destitución de Necker y a la exasperación popular, produciéndose actos de violencia en toda Francia, destacando la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789 y la marcha sobre Versalles a comienzos de octubre de ese año. Se daba así inicio a la Revolución Francesa. Como bien dicen Carl Grimber y Ragnar Svanström en su Historia Universal: “La Corona necesitaba dinero y el pueblo tenía hambre de pan, y de este modo se conjugaban los dos resortes determinantes de un movimiento revolucionario”.
Las absurdas políticas económicas que se han implementado en Venezuela en lo que va del siglo XXI han generado enormes desequilibrios, haciendo que el déficit del sector público equivalga a más de 20% del PIB, que el BCV haya creado una masiva cantidad de dinero inorgánico para financiar parte de aquel enorme déficit, y que la deuda gubernamental haya aumentado intensamente. La destrucción del aparato productivo interno debido al hostigamiento del gobierno y a las injustificadas expropiaciones, ha hecho que cada vez se dependa más de las importaciones para satisfacer la creciente demanda, compras externas, sin embargo, que tienen que hacerse con divisas que son cada vez más escasas, particularmente ahora que se derrumban los precios del petróleo y que la producción de hidrocarburos y de refinados declina inexorablemente. Todo lo anterior ha generado inflación y una descomunal escasez que hace que los venezolanos hagan colas interminables para comprar poco o nada, o tengan que pagar lo que necesitan a precios exorbitantes en el mercado informal. Todo esto sucede ante la inexplicable inacción de un gobierno indeciso que no actúa para afrontar los desequilibrios existentes. Me pregunto, ¿no se están conjugando en Venezuela los resortes determinantes de un movimiento revolucionario, o si se quiere, contrarrevolucionario?