Publicado en el diario “El Universal” de Caracas. Viernes 20 de noviembre de 1998
Si algo debe quedar claro de las próximas elecciones es que los venezolanos queremos un cambio; y mejor es que así sea, porque lo que tenemos por delante es inevitablemente eso, un cambio. Esa transformación vendrá impuesta por las inevitables circunstancias difíciles y adversas que nos rodean, las cuales conforman un escenario complejo en el cual tendremos que vivir en los próximos años.
Uno de los problemas más serios que tendremos que afrontar es el fiscal. Las limitaciones de ingreso que seguirá produciendo la debilidad del mercado petrolero, el bajo nivel de actividad económica interna, la estructura impositiva distorsionada que tenemos y la alta evasión fiscal, contribuirán en parte a crear aquel difícil panorama de las finanzas públicas.
Adicionalmente, la rigidez del gasto, su alta ineficacia y profunda distorsión ensombrecen aún más el cuadro fiscal. Una serie de circunstancias explican la dramática situación del gasto público; sin pretender identificar todas ellas, entre las más importantes podemos mencionar las siguientes: 1- el elevado porcentaje de las erogaciones que se destina al servicio de la deuda, tanto interna como externa; 2- las rígidas y distorsionadas asignaciones de gasto establecidas en múltiples leyes; 3- las obligaciones del Estado de proveer servicios gratuitos como la educación y la salud; 4- las deformaciones creadas a lo largo de varias décadas por el clientelismo político-partidista, que aupó, por una parte, la creación de una gigantesca e inoperante burocracia y, por la otra, la proliferación de gremios parásitos, cuyas principales misiones no era el mayor bienestar de sus afiliados, sino el “financiamiento” de los partidos y el enriquecimiento de sus dirigentes; 5- la pesada carga de múltiples empresas y entes descentralizados ineficaces; 6- las elevadas erogaciones por concepto de pensiones y retiros, creadas por una absurda política de jubilaciones prematuras, que aparta de sus cargos a funcionarios y docentes en etapas tempranas y de alta productividad.
Todo lo anterior lleva a la inevitable conclusión de que una de las titánicas pero impostergables tareas del próximo gobierno tendrá que ser el ordenamiento de la cuestión fiscal, lo cual, a su vez, exige la implantación a fondo de una serie de reformas estructurales fundamentales. En efecto, pocos avances se lograrán si no se acomete una reforma a fondo del Estado, poniéndose especial énfasis en el perfeccionamiento de la estructura impositiva central y regional, en la recolección de impuestos, en el redimensionamiento y eficiencia del gasto público, en la redefinición de funciones del Estado y su efectiva implantación, y en el desmantelamiento de las corrompidas estructuras políticas y gremiales, en gran parte responsables del deterioro y caos que priva en la educación, la salud, la seguridad social y las aduanas.
Igualmente, se hace imperativo deslastrar al Estado de una serie de empresas que deben pasar a manos privadas, adaptar las estructuras legales y reglamentarias a la nueva realidad interna y externa que vivimos, y fortalecer a los entes supervisores que deben velar por el cumplimiento de aquellas leyes y normas. Adicionalmente, es necesario minimizar la discrecionalidad de los funcionarios públicos y fortalecer la administración de justicia, condiciones fundamentales para asegurar el cumplimiento de las leyes y la protección de los derechos del ciudadano.
Paralelamente, es indispensable acometer con decisión las reformas estructurales en materia educativa, gremial y sindical, de salud, y de seguridad social, a las que ya hemos hecho múltiples referencias en el pasado. Sin ellas, pírricos serán los avances que se logren en materia de reforma del Estado.
De lo anterior es fácil inferir que los años por venir serán difíciles. Además de las adversidades externas producidas por el debilitamiento del mercado petrolero y por la crisis internacional, tendremos que acometer con decisión las profundas reformas analizadas en los párrafos anteriores. Por ello es que, ahora más que nunca, necesitamos un líder que configure un equipo de gobierno coherente, de alto nivel y consciente de la compleja tarea que le toca llevar adelante. Adicionalmente, ese líder tiene que contar con la sagacidad política, con la formación profesional y con la experiencia de gobierno que hace a un estadista de primer orden.
Si bien es cierto que sobre el próximo equipo de gobierno recaerá la responsabilidad de conducir al país por ese tortuoso y difícil camino que tendremos que transitar, en lo inmediato será responsabilidad de todos los venezolanos escoger en las próximas elecciones a la persona que formará y liderará a ese equipo de gobierno. Ojalá no nos equivoquemos en ese proceso de selección, porque de hacerlo pagaremos todos un elevado precio.
Imagen: Vanguardia.cu.