Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Jueves 5 de noviembre de 2015
Mis dos últimos artículos sobre una eventual dolarización en Venezuela generaron múltiples reacciones entre mis lectores, varias en apoyo a su implementación. Comento sobre algunas de ellas. Coincido plenamente, como lo dije en mis artículos, que entre los pros de la dolarización está la creación de confianza, la cual es condición de base para crear un clima favorable a la inversión y a la entrada de capitales. También pienso que, si se quiere aplicar exitosamente un plan de desarrollo sustentable con visión de largo plazo, es fundamental la seriedad de la dirigencia política y gubernamental, el buen manejo de la cosa pública, y su compromiso con el proyecto de desarrollo que se escoja.
Sin embargo, no creo que aquella confianza y buen comportamiento de la dirigencia política solo se logra a través de la imposición de rigideces como las que crea la dolarización. En países latinoamericanos que sufrieron situaciones caóticas, con inflaciones descomunales y colapsos económicos, en buena medida debido a la irresponsabilidad de sus gobernantes, como fue el caso del Perú durante el primer gobierno de García, la dirigencia política tomó consciencia de la necesidad de cambiar, enseriarse y hacer las cosas de otra manera, creando un clima de credibilidad y confianza entre los inversionistas y los ciudadanos en general, estableciéndose así las condiciones para la preservación y el éxito de un plan de desarrollo sustentable. Chile es otro ejemplo. Después de 12 años de problemas y fracasos en su economía durante el período de Pinochet, en 1985 se enrumbaron por el camino correcto, y cuando regresó la democracia pocos años después, los dirigentes políticos, de derecha, centro e izquierda, acordaron que había que continuar con esa política de desarrollo, independientemente de quien estuviera en el poder. Y tuvieron éxito, retornando muchos de los chilenos que habían emigrado por largos años huyendo de la dictadura. Esas experiencias exitosas, al igual que la de Colombia y otros países, se lograron con dificultades, pero sin dolarizar esas economías, preservando la capacidad de acción para afrontar situaciones de choques externos. De allí que, si las dirigencias políticas de otros países lo han hecho, ¿por qué pensar que una vez superado el caos que tenemos, los líderes políticos que tendrán la responsabilidad de dirigir la nación no podrán comprometerse seriamente a enrumbar el país por la senda del desarrollo sustentable en las décadas por venir?
El otro punto es que el desarrollo sustentable que queremos para Venezuela exige, como condición de base, el abatimiento del rentismo petrolero y la diversificación de la producción y de las exportaciones, y por las razones ya expuestas, creo que la dolarización dificulta y obstaculiza el logro de esos objetivos. Es más, en países como el nuestro, altamente dependientes de la exportación de commodities, una caída súbita de los precios de esos productos básicos podría poner en jaque a sus gobiernos en caso de estar dolarizados, pues al no contar con varios instrumentos de política monetaria y cambiaria, casi que la única opción que tendrían es aumentar los aranceles de importación para afrontar el déficit externo (lo cual equivale a una devaluación de facto), y restringir el gasto público ante la caída de ingresos, generando recesión y desempleo. Si se quieren evitar estas últimas consecuencias a través del mantenimiento del gasto, los crecientes déficits fiscales elevarían la deuda pública, pudiendo llevar a la emisión de obligaciones gubernamentales a ser adquiridas conminatoriamente por los bancos con sus fondos de reserva, debilitando a esas instituciones tan fundamentales en un sistema dolarizado. Por eso, muchos están preocupados por el futuro de la economía ecuatoriana de mantenerse los bajos precios petroleros.
La dolarización no es la panacea. Hay que analizar los pros y contras de las opciones de política económica existentes, con el fin de escoger el camino más idóneo a seguir.